sábado, 31 de mayo de 2008

RECORDANDO A ATAHUALPA YUPANQUI A 16 AÑOS DE SU MUERTE

Revisando materiales antiguos, encontré un recorte periodístico de “El Observador” de seis años atrás, (sábado 18 de mayo del 2002, más precisamente) dos meses antes del Mundial de Fútbol de Corea y Japón, el último Mundial del cual participó Uruguay, el cual contiene una semblanza magnífica de uno de mis mejores profesores en estos asuntos de la canción: Atahualpa Yupanqui, a diez años (a la fecha del artículo, claro está) de haber fallecido en Francia...
Por eso, debo titular “Recordando a Atahualpa Yupanqui a 16 años de su muerte”

“Milonga de un solitario”

“Hace 10 años moría Atahualpa Yupanqui, uno de los mayores folcloristas latinoamericanos del siglo XX. El mejor nivel que puede alcanzar un poeta es a través de la copla, decía”

Firma el artículo, Alicia Oschendorf. Lo transcribo tal cual, excepto algunos artículos menores que van aparte del principal, dado que no se pueden insertar fácilmente en el texto. Del mismo modo, lo que va en cursiva en el original periodístico, lo sustituí por comillas.

“A las cinco y media de la mañana del 23 de mayo de 1992, en su habitación de un hotel de la ciudad de Nimes, Francia, se iba para el silencio Atahualpa Yupanqui. (“Entró de golpe al silencio // y el silencio lo tapó”, decía precisamente nuestro homenajeado en una de sus mejores coplas recitadas, “Cantor del Sur”, FB) Estaba solo. La noche anterior se había sentido mal y suspendió una actuación junto a Los del Pueblo y el cantante de tangos Rúben Juárez en un pequeño cine con capacidad para 150 personas. Tenía 84 años . No había tenido una buena voz para cantar:

“Una voz bella, quién la tuviera
para cantarte toda la vida
Pero mi estrella me dio este acento,
y así te siento, tierra querida”

Para tocar la guitarra, tenía que dar vuelta las cuerdas porque era zurdo. No había nacido con el nombre por el que se le conocía, ni había visto la luz en el paraje recóndito del Norte de Córdoba al que más le cantó, Cerro Colorado, al que le escribió unas 20 ó 25 canciones y coplas sueltas. Supo cantar lo que la vida le dictó, ser el eco, el traductor. Esa identidad, que no se compadecía con la de sus documentos, se la había ganado a pulmón, poetizando la música y musicalizando la poesía. A través de las coplas. El mejor nivel que puede alcanzar un poeta es a través de la copla, decía. “Escribir coplas, no firmarlas, dejarlas por ahí, en el banco de una plaza, en la mesa de algún bar, en un árbol del camino. No ha de faltar quien la recoja, la llore, la sienta, la sufra, la goce, la trasmita, y la cante...”. Había nacido el 31 de enero de 1908 en Campo de la Cruz, partido de Pergamino, Norte de la Provincia de Buenos Aires, y su nombre era Héctor Roberto Chavero Haram. Explicaba su origen diciendo: “Me galopan 300 años de América desde que don Diego Abad Chavero llegó para abatir quebrachos y algarrobos, a hacer puertas y columnas para iglesias y capillas”.
A los seis años tuvo un primer maestro de música, Bautista Almirón. Pero fueron el paisaje, el campo, los balidos y relinchos que cortaban los silencios, los miles de kilómetros y cientos de pueblos a lomo de mula, los que le enseñaron. Lo dormían con guitarras sus padres, sus tíos, y lo rodeaban las guitarras de los peones en los galpones, donde un estibador de la estación, Mengucho Sosa, le enseñó el “puchero y tumba, tumba y puchero”, onomatopeya de las notas iniciales de la milonga pampeana. A los 13 años se impuso el apodo “Atahualpa”, en homenaje al emperador inca. El Yupanqui, que viene del quechua, una lengua que se hablaba en su familia, lo adoptó pasados los 30. Tuvo una honda razón para elegir ese apellido y no otro. Su significado: “Has de narrar, narrarás.”
SIEMPRE VUELVO A TUCUMAN. A Tucumán llegó en agosto de 1917, y fue el primer destino de un viaje que recién terminaría el 8 de junio de 1992, cuando sus cenizas llegaron desde París y fueron depositadas en el patio de la casa que construyó en Cerro Colorado. Ahí descansa a la sombra de un roble que plantó cuando nació su hijo Roberto.
La temprana muerte del padre lo enfrentó a la vida. Trabajó en una cantera de piedras de afilar (“Trabajé en una cantera // de piedritas de afilar // cuarenta sabían pagar // por cada piedra pulida // y era a dos pesos vendida // en eso del negociar” dice el propio Yupanqui en una de sus Coplas al Payador Perseguido, FB), fue panadero, hachero en un quebrachal, cargó bloques de sal y peló caña. Y todo lo cuenta en los 726 versos de “El Payador Perseguido”. También fue empleado de escribanía, (“Tratando de desasnarme // fui pinche de escribanía // la letra chiquita hacía // pa’ no malgastar sellao // y era también apretao // el sueldo que recibía” relata Yupanqui en esas mismas Coplas, FB) periodista en Rosario, improvisado maestro de escuela, y anduvo en un viejo camión, con un tal Molina, exhibiendo películas mudas. “El telón era una sábana cruzada en los caminos, de algarrobo a algarrobo. Sabíamos cobrar 50 centavos del lao que se puede leer y 20 centavos del otro lao. Teníamos un público de botas y espuelas, de alpargatas, y casi todos en sulky o de a caballo. Luego se realizaba el `concierto´, y se ofrecía cinco pesos de premio a la mejor mudanza de malambo”.
Se afincó en Raco, a 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Felipe Chocobar, un indio de Amaicha del Valle que lo acompañaba a lomo de mula en sus recorridos por los valles Calchaquíes, lo ayudó a levantar los horcones de su primer rancho, del que todavía quedan rastros. Recorrió todos los caminos recopilando y difundiendo las leyendas, los mitos, las costumbres, las danzas y coplas anónimas. Fue poniendo su ojo atento en la geografía de la que siempre dijo ser apenas un eco. El hombre es el paisaje fundamental, decía. (Uno de sus discos más hermosos, grabado allá por 1971, y que aún conservo, se titula, precisamente, “El hombre, el paisaje y su canción”, FB) A Tucumán le dedicó muchas coplas y canciones. La “luna tucumana” en la que supo ver un tamborcito calchaquí, la “Zamba del grillo”, “La tucumanita”, entre tantas otras. Y el final de sus “Coplas de baguala”:
“Malhaya con mi destino
caminar y caminar
siempre ando por todas partes,
¡siempre vuelvo a Tucumán!”
AQUI CANTA UN CAMINANTE. A Cerro Colorado, 160 kilómetros al norte de Córdoba, llegó por primera vez en 1938, interesado en las pictografías que por miles dejaron los indios sanavirones y comechingones. Llamas, cóndores y españoles gordos con cabezas triangulares representando el yelmo, junto a nativos delgados y las mulas y caballos traídos por los conquistadores, quedaron ahí pintados en la piedra. Fue Leopoldo Lugones quien le señaló el sitio, para goce de su alma y retozar de su caballo, escribió en “El canto del viento”. Todavía se oyen los mismos apellidos por la zona, y si uno entra al almacén de Argañaráz, seguro que Hugo le muestra viejas fotos de don Ata, o telegramas puestos en Praga pidiéndole que le tirara unos pesos a Ibáñez, el casero, para que se pertrechara para el invierno.
El rancho se llama “Agua Escondida”, y sólo se llega a pie o a caballo. Está a orillas del río Los Tártagos, que corre entre piedras y al pie del cerro que da nombre al lugar. Un dormitorio apenas, una cocina austera, los puñales del abuelo, las espuelas y los estribos del padre, el piano de su mujer. Un lugar para sus silencios y sus amores. Atrás, los establos para los caballos, casi mejores que la casa. Dignos de la crin revuelta en llamaradas, del hombre que sabía que de poco vale un paisano sin caballo y en Montiel, el que quería un caballo negro y unas espuelas de plata. Con esas imágenes empieza el documental biográfico alemán “Un río que no cesa de cantar”, filmado en 1984.
El 8 de setiembre de 1948 nació el único hijo de Yupanqui y Nenette, Roberto Héctor, “El Kolla”. Yupanqui vivía prácticamente exilado en Cerro Colorado a causa de su filiación comunista y su oposición al gobierno de Juan Domingo Perón. Fue cuando pasó clandestinamente a Uruguay, una tierra que no le era ajena. Su libro “Aires Indios”, publicado en Montevideo en 1943, ya recogía una serie de exposiciones que había ofrecido en escuelas y liceos de Entre Ríos y Uruguay. Su amigo Romildo Risso, del que llevó por el mundo esas carretas de ejes desengrasados, “El carrero”, “Pa´qué”, o el aromo nacido en la grieta de una piedra había muerto en 1946, pero otros le dieron refugio y reconocimiento.
Tocó en Montevideo y en el interior, y sus correligionarios comunistas le facilitaron la salida a Europa. París, Praga, Budapest, Sofía, Bucarest, y vuelta a París en junio de 1950. En esta gira se aunaron los reconocimientos a su arte y el acercamiento a países que ideológicamente le eran afines, pero el resultado económico fue simbólico. La moneda en que le pagaban detrás de la cortina no tenía valor de cambio en París, ni servía para arrimarle unos pesos a Indolfo Guayanes, el albañil que estaba construyendo “Agua Escondida”.
UN HORIZONTE ABIERTO. En París conoció a Pablo Picasso y a Paul Eluard, quien lo presentó a Edith Piaf. El 6 de junio de 1950 compartió escenario con ella en el teatro Athenée, y fue éste uno de los momentos que guardó siempre con más emoción. Tocó varios temas que fueron explicados previamente en francés: “Regreso del pastor”, “Danza de la luna”, “Pastoral”, “Vidala riojana”, “Malambo” y alguna baguala. Inmediatamente vino el contrato con Chant du Monde y su primer disco en Europa: “Minero soy”, que mereció el primer premio al mejor disco extranjero de la Academia Charles Cross en su rubro.
Eran los tiempos en que trabajaba textos como “Basta ya”, un “canto antiimperialista que (...) no tiene un gran motivo musicalmente considerado, pero es de combatividad y plena de fuerza. Su contenido es superior a su forma”.
Yupanqui fue comunista entre 1947 y 1953. Pero su compromiso era estético y humano, biológico, y ningún partido podría alterar su rumbo. Su mayor preocupación fue siempre la dignidad de lo criollo. De una y otra decisión se encuentran rastros en “El payador perseguido”:
“Por la fuerza de mi canto
conozco celda y penal
con fiereza sin igual
más de una vez fui golpeado
y al calabozo tirado
como tarro al basural”

“El cantor debe ser libre
pa’ desarrollar su cencia,
sin buscar la convenencia,
ni alistarse con padrinos
De esos oscuros caminos
yo ya tengo la esperencia...”

(Sin embargo, y permítaseme aquí una acotación, la copla más ilustrativa acerca de su vinculación y posterior desvinculación con el Partido Comunista no es ninguna de estas dos que trascribe el artículo, sino esta otra que sigue, y que también se encuentra en las “Coplas al payador perseguido”: “Pa’ que cambiaran las cosas // busqué rumbo, y me perdí // al tiempo, cuenta me di // y agarré por buen camino // ¡Antes que nada, argentino! // y a mi bandera seguí”. Clara y terminante en cuanto a su significado, ésa es al menos mi opinión. FB)

En 1953 grabó algunos de sus éxitos más significativos, como “Tierra querida”, y luego la “Chacarera de las piedras”, “Vendedor de yuyos” y “Recuerdos del Portezuelo”. También editó el libro “Cerro Bayo”, sobre el que un par de años después se basaría la película “Horizontes de piedra”. Ya consagrado, en 1964 visita Japón por primera vez, y de esa fuerte experiencia quedan sus reflexiones en el libro “Del algarrobo al cerezo”.
TÚ QUE PUEDES, VUÉLVETE. En 1989 Yupanqui y Nenette (su esposa, quien firmaba con el seudónimo “Pablo del Cerro” las obras que componían a medias, según se dice en un titulado aparte, FB) dispusieron que la casa de Cerro Colorado fuera convertida en museo, y crearon una fundación. La casa debía ser un hecho cultural en una zona alejada de todo, y un canto de amor a la tradición, a la vez que un sitio para los enamorados de la naturaleza, la botánica y los idiomas antiguos. Nenette falleció un año después, el 14 de noviembre, la misma fecha en que había fallecido muchos años antes el padre de Yupanqui, hecho que lo sumió en una profunda pena de la que jamás se recuperó.
Pasó los últimos años de su vida pensando en abandonar el pequeño apartamento alquilado de la rue Raymond Losserand en París, que era su base de operaciones europea, y radicarse definitivamente en su Cerro Colorado. No pudo. Pasó la vida midiendo los gastos, los minutos de teléfono, el consumo de la calefacción, recorriendo el mundo con un equipaje mínimo y reclamando siempre un ejemplar de La Nación o La Razón, preguntando por la suerte de River. Se sentía enfrentado a una irremediable vejez para la que no se había preparado. Encontraba respeto y cordialidad en todas partes, pero no una plaza digna para una vidala o un estilo. “Alta soledad me habita. Y en ella voy comprendiendo, que el que ni piensa ni grita, es porque se va muriendo”, escribió en una postal”.

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¿Hay algún recuerdo personal mío de este enorme artista? Efectivamente. Fue cuando vino a Montevideo en el invierno de 1982, para dar un recital en el cine “Plaza”. Recuerdo que las entradas fueron verdaderamente carísimas (150 nuevos pesos de aquel tiempo para un dólar a 13, pues todavía estábamos en la “tablita”). El recital fue correcto, honestamente no puedo decir que haya salido deslumbrado del mismo, ya que sus ejecuciones con la guitarra distaban de ser la de sus mejores tiempos, aquellos en los que grabó la mayoría de los discos que conservo, pero las canciones en sí, se disfrutaban lo mismo... pero lo que jamás se me borrará de la memoria fue algo que contó en algún momento entre canción y canción. En la década de los cuarenta, en una de las tantas estadías de exiliado de Yupanqui en Uruguay, sin duda que se hospedó en la casa de Romildo Risso. Y parece ser, a juzgar por lo que comentó Yupanqui, que entre ambos había largas tenidas de ajedrez, en partidas que ojalá alguna de ellas se hubiese conservado transcripta, aunque mucho me temo que ninguna... Pues bien, Romildo Risso con frecuencia superaba a su oponente. Y cuando hacía una jugada que a Yupanqui lo ponía en verdaderos apuros, obligándolo a pensar largo rato la respuesta, Romildo Risso aprovechaba el tiempo para armarse un habano con papel y tabaco. Y parece que el insigne poeta (montevideano por nacimiento, aunque no sé si por convicción...) de golpe se inspiraba...¡y se ponía a escribir un verso en la propia hojilla del cigarro!, aprovechando que las largas reflexiones ajedrecísticas de Yupanqui le daban suficiente tiempo para ello...
Cosa de genios, ¿verdad...?
Saludos...

Federico Blixen (“Fedeguitarra”)

EL "NANO" PEREZ, UN CAUDILLO IRREPETIBLE...

“NANO” PEREZ, UN CAUDILLO IRREPETIBLE

Otro de los recortes viejos de periódicos, que he “desempolvado” últimamente, corresponde al tiempo atrás desaparecido semanario “Jaque”. Semanario que en un tiempo marcó una verdadera época de nuestro periodismo en la transición de la dictadura militar hacia la democracia y en los primeros años de la misma. Todo tiene su desgaste en el tiempo, y tanto “Jaque” como su fundador, Manuel Flores Silva, no pudieron escapar a esa ley inexorable, pero no puedo menos que apreciar la enorme contribución que en su momento ambos brindaron a nuestro periodismo, con productos de verdadera calidad, que aun hoy se disfrutan...

Como este artículo sobre el inolvidable “Nano” Pérez, aparecido en el ejemplar del viernes 12 de julio de 1985, pocos días después del fallecimiento del legendario, irrepetible, caudillo blanco, ocurrida el sábado 6 de ese mes.

Firma este artículo, uno de nuestros mejores periodistas: Ruben Cotelo.

“Nano Pérez: el invierno del patriarca”

Había nacido en Melo hace setenta y ocho años, distancia histórica que se ha convertido en siglos, tantas han sido las transformaciones del país. Caudillo de doce mil votos, venerado por la gente humilde de Cerro Largo, acusado por sus adversarios de demagogia, populismo y mala administración, el Nano Pérez gobernó su ínsula de 1947 a 1963 con un estilo paternalista y llano que le conquistó la simpatía de buena parte del país. Era querido hasta por quienes le combatían. Gran periodista pueblerino, se había convertido en una leyenda nacional: fue quizá el último caudillo nacionalista del Interior. Murió en la madrugada del sábado 6, por un paro cardíaco.

El volante, según dicen, pertenece a la campaña electoral de 1971. El Nano Pérez se refiere a sí mismo en tercera persona, proclama, amonesta y promete:

“Luchó por una intendencia en la que el pueblo entre como en su casa, sin porteros, sin secretarios, sin adulones, sin chinas pitadoras, sin adulones que se interpongan entre las masas y el mandatario. Gobernó con dos millones de pesos y jamás dificultó el trabajo del productor, abarató la vida y puso la intendencia al servicio del pueblo. Hizo obra sin pedir contribuciones ni molestar al vecindario...”

El Nano se curvó con el esfuerzo, el máximo, el definitivo, la última vez que se presentó como candidato. Obtuvo 12.000 votos y perdió por 43 en un electorado que llegaba a 40.000. Un cuarto de siglo atrás, en 1946, había obtenido 16.000 en un electorado que oscilaba entre 26 y 30.000 votantes.

En definitiva, las circunstancias, bien sopesadas, fueron piadosas con él. El golpe de Estado de 1973 y el gobierno militar vendrían a ocultar su decadencia política, que se arrastraba por más de diez años. Se había convertido en una leyenda viviente, en un monumento local, en el sobreviviente de un estilo político que no tendría retorno. Las ruedas de la historia muelen despacio, pero implacablemente.

HERRERA ME TIRA DEL SACO.

Años atrás, en su momento de mayor prestigio, pudo encocorarse, respondón, con el mismísimo Luis Alberto de Herrera y frente al público. Fue en la campaña electoral de 1958. Herrera había hecho un pacto con el ruralismo y juntado todo el lema para la embestida final contra el coloradismo. Luego del pacto, llamó a Haedo, a quien antes había echado, y aludiendo a Nardone le dijo: “Haedito, cuidámelo a ese”.

Haedo y el Nano eran muy amigos, pero el Nano mantenía fuertes desavenencias con Ramoncito Viñas, el carnicero. En la gira del caudillo nacionalista, se hizo un gran acto en Melo, primero habló Haedo y luego le tocó al Nano. Sin pelos en la lengua, sintiéndose fuerte en sus 51 años, el Nano insistió en sus divergencias y criticó a algunos de los miembros de la comitiva montevideana. Herrera, alarmado, le tiró discretamente del saco, sin éxito, porque el Nano seguía impetuoso. Al segundo o tercer tirón, el público, entre asombrado y divertido, escuchó que el crédito local denunciaba: “Herrera me está tirando del saco para que no critique la política del Directorio; pero no podrá hacernos callar la boca”. El Nano ganó el forcejeo y también, por cuarta vez, las elecciones departamentales. Probó que él “podía” con Herrera.

Tres meses después, a fines de febrero, corrió el rumor de que ciertos mandos militares, ante las desavenencias dentro del Partido Nacional que no lograba formar gabinete porque Herrera había comenzado la lucha contra Nardone, se habían ofrecido a Luis Batlle para lo que éste se dignara responder. Don Luis rechazó la sugerencia, pero el rumor rebotó deformado en Cerro Largo. Varios nacionalistas se concentraron en la chacra del Nano, en las afueras de Melo, juntaron unos remington viejos y marcharon en auto sobre la ciudad. ¿Otro enero de 1935? Nada de eso: apenas un alegre bochinche político a cargo del Nano, que regocijó al pueblo.

HASTA LOS PERROS SON BLANCOS.

El Nano era hijo de Saviniano Pérez, destacada figura política del nacionalismo de Cerro Largo. Concejal en 1922 y diputado durante tres períodos consecutivos, don Saviniano le puso a su hijo su nombre, fundó “El Censor” y modeló la personalidad del Nano. Una de sus herramientas fue el periodismo, con el que se hizo temible por su pluma combativa y sus ataques personalizados.

Dos veces se presentó el Nano como candidato a la intendencia, la primera en 1938 y la segunda en 1942. Pese a que el nacionalismo era mayoría en ese departamento donde “hasta los perros son blancos”, el lema se presentaba dividido por la escisión de los nacionalistas independientes. En 1946 el Nano se presentó bajo un lema accidental, el “Partido General Aparicio Saravia por la Reconquista de la Intendencia Municipal”. El sublema era sencillamente “Nano Pérez”. La secuencia de triunfos se extenderá durante cuatro elecciones (1946, 1950, 1954 y 1958) hasta que la racha se corta en 1962.

PATERNALISMO Y POPULISMO.

El Nano era un administrador muy peculiar, por no decir alarmante y heterodoxo. Gobernaba en la plaza y caminando por la calle, igual que cualquier vecino. No llevaba una contabilidad muy ordenada y en el pueblo -también en el resto del país- se había hecho famosa una libretita de la cual arrancaba hojas para asentar las órdenes que emanaban de las solicitudes planteadas por quienes lo abordaban en la calle, sin protocolo.

Se convirtió en un dolor de cabeza para el Tribunal de Cuentas. Según dicen, de Montevideo enviaron a un inspector para controlar las cuentas municipales. El Nano lo fue a buscar a la estación de ferrocarril, en la mañana, lo llevó a su casa, donde en la cocina le sirvió un almuerzo bien copioso y mejor regado. A la tarde, bajo el fresco del emparrado del último patio, buena prosa con los amigos. Horas más tarde, el inspector se encontró en el tren nocturno, de regreso a Montevideo, sin haber inspeccionado nada. La picardía del Nano fue festejada por el pueblo.

Siempre se negó a crear impuestos y exoneró del pago a los más humildes y necesitados. En su ínsula de Barataria, el Nano consideraba que “El mejor gobierno es el que gobierna menos” y “En un país ideal, nadie debería pagar impuestos”. La gente sencilla comprende y apoya este anarquismo práctico y tan poco doctrinario.

Coherente con esa línea de pensamiento populista, nunca logró comprender por qué ciertos productos de consumo popular eran más o menos baratos apenas se atravesaba la línea fronteriza con Brasil. De modo que se le ocurrió oficializar el contrabando (“Es delito el contrabando // dice el señor Presidente, // si lo oyen en Cerro Largo // se ofende hasta el intendente”, ¿recuerda, amigo lector, la inmortal “Rastrojera” de Marcos Velázquez?, FB) y enviar los camiones de la intendencia a comprar alimentos a las ciudades brasileñas, para ponerlos en venta en el mercado municipal.

Tanto paternalismo aldeano resultó sospechoso para las autoridades de Montevideo y sobre todo para sus adversarios políticos, que contemplaban esa herejía como un instrumento para ampliar su electorado. Retornaron los inspectores de Aduana y del Tribunal de Cuentas, ahora bajo apercibimiento de no caer en las tentaciones de las comilonas que preparaba doña Rosita Henón de Pérez en la enorme cocina de la casa grande, ayudada por sus cinco hijas y las muchachas de servicio. La presión se hizo tan fuerte que no hubo más remedio que cortar esta herética modalidad de subsidiar el consumo popular. Durante muchos años, el pobrerío de Melo recordó que su mesa era más barata con las pragmáticas del Nano.

El caudillo encontró otros medios de beneficiar a sus vecinos. Propietarista e individualista, logró que la intendencia entregara a la gente de menos recursos los elementos para construir o finalizar sus modestas viviendas de las afueras de la ciudad. El resto del país miraba hacia Cerro Largo, en un desconcierto que abarcaba tanto la ironía y la burla por esa forma bonachona de demagogia, como la ingenua esperanza de una justicia social práctica e inmediata, sin complejidades doctrinarias. Mientras tanto, la administración departamental languidecía por falta de recursos y los pobres emigraban hacia otros peores cinturones de miseria, los de Montevideo. En Cerro Largo, se pavimentaba algún camino y una aislada obra municipal avanzaba perezosamente.

CORONELES ERAN LOS DE ANTES.

Las combinaciones políticas dentro del nacionalismo obedecían a otras doctrinas, particularmente la doctoral que predicaba en los años 60, el eficientismo desarrollista. El Nano comenzaba a ser anacrónico, sobre todo porque no ganaba elecciones. Un filme uruguayo de ese entonces, hacia 1966, cuestionó crítica y ácidamente sus modalidades primitivas de congregar votos y voluntades (probablemente Ruben Cotelo se refiera al filme “Elecciones”, de Ugo Ulive y Mario Handler, filme que vi años atrás en Cinemateca y que verdaderamente es muy bueno, si bien no es fácil decir -como algunos sostienen- que sea el mejor filme uruguayo, en primer lugar debido a que su temática lo convierte más en una recreación que en una creación. FB). El Nano, tan aficionado al cine (no se perdía ninguna de las prolongadas matinés de los domingos en el Teatro España y en el cine Melo), quizá no vio esa película, que no lo prestigió en ciertos círculos intelectuales. El país estaba tomando otro rumbo, más áspero y belicoso que las disputas aldeanas que el Nano ventilaba en sus editoriales de “El Censor”.

El golpe de Estado de junio de 1973, que marginó y acalló a tantos, también desplazó al Nano hacia las sombras. Sin embargo, un día el país se regocijó con la última travesura del caudillo melense. Por 1975 o 1976, entrevistado por Canal 12 de Melo, quizá con propósitos evocativos, el Nano se las ingenió para emitir sus mensajes de resistencia, con un juego de palabras a propósito de Dionisio Coronel, los coroneles de antes y los de ese entonces. Se secuestró el tape, se enviaron los antecedentes al Ministerio del Interior y se enterró el asunto. El viejo zorro no perdía las mañas.

Dos años después, en agosto de 1978, escribía a Alembert Vaz sobre la necesidad de encauzar la “reacción pacífica de la ciudadanía”, así fuera en torno a una celebración menor. El 10 de setiembre se inauguraría en Cordobés el Museo Aparicio Saravia y el Nano propuso: “Si vamos allí diez, cien o mil blancos y nos agrupamos, silenciosos y prescindentes, daremos al país la imagen del repudio a los intrusos, a los ajenos, (con su gran inteligencia natural, a falta de “teoría”, sin duda que el Nano había captado que la dictadura militar uruguaya obedecía mucho más a las convicciones y necesidades del Tío Sam, que a las convicciones y necesidades nuestras, FB) a los que van allí no a homenajear sino a robar glorias, recuerdos y sacrificios”.

El deshielo comenzó dos años después, con el plebiscito. Pero el Nano estaba gravemente herido por enfermedad.

MELO SIN EL NANO.

Hace cinco años padeció un ataque que le produjo una afasia y lo postró. El gran periodista pueblerino no pudo escribir más y tampoco hablaba. Se sobrevivía a sí mismo.

El último domingo de noviembre de 1984 la casa grande permaneció como siempre, abierta para quien quisiera entrar. Otros domingos de elecciones aquello habría sido una alegre romería, con ruedas de mate, tiras de asado en la generosa parrilla, besos prolongados a la caña brasileña, corrillos en los grandes patios bajo las parras, gente entrando y saliendo para vitorear a los candidatos, curiosos y excitados por el rito electoral, por el milagro efímero que iguale a todos, humildes y poderosos, alrededor de urna y voto.

A Alembert Vaz le tocaba votar en su pueblo, su circunscripción, de modo que se acercó a la casa grande de la calle Treinta y Tres. La encontró abierta, igual que siempre; pero solitaria y silenciosa como nunca. Algunos familiares y amigos veteranos se habían aproximado, para saludar al viejo caudillo de tantas hazañas cívicas, convertido ya en un patriarca.

El Nano, apoyándose en sus hijas, fue a votar. En la casa vieja, frente a la plaza, frente a la confitería y a toda la soledad del mundo, ya no estaba el tradicional pizarrón, escrito a tiza por su mano, diario mural, jocoso, mordaz, ameno, beligerante, que concentraba la atención y los comentarios tanto de la elite política como del divino chusmaje.

Padre e hijas retornaron a la casa grande, sin encerrarse, para contemplar en familia, por la televisión como el resto del país, los resultados que daban el triunfo al tradicional adversario y señalaban la excesiva derrota de los colores partidarios. En la casa grande había ya una prolongada experiencia de derrotas, pero no de soledad.

Al día siguiente de un desastre electoral, el Nano iniciaba la campaña política, sin perder un minuto en reproches, análisis y autocríticas. Para la campaña le bastaba su imprenta, su pizarrón, sus volantes y sobre todo su ingenio, su buen humor, su cálida personalidad y su infalible comprensión de las necesidades y aspiraciones de la gente sencilla y humilde de su ínsula de Barataria.

Sin embargo, mucho había cambiado. No hubo, en 1984, otro último lunes de noviembre y los meses se arrastraron. El Nano murió en la madrugada del sábado pasado, 6 de julio. Fue velado en familia, con los amigos, en la casa grande. Más tarde lo llevaron a la intendencia, desde la que gobernó durante dieciséis años. En el entierro hablaron blancos y colorados, e incluso había militantes del Frente Amplio.

Estaba, por cierto, su gente, el “divino chusmaje”, que tiene tanto de bueno como de pobre, según escribiera hace pocos años a un corresponsal político en Montevideo, al solicitar campechanamente una gauchada.

Le sobrevive su viuda, doña Rosita, tres años mayor que él, a la que desposó cuando él tenía apenas diecisiete años. Deja cinco hijas, todas casadas, trece nietos y diez bisnietos.

Nunca abandonó Cerro Largo, si se descuentan alguna escapada de días a Montevideo, por asuntos urgentes, o a Brasil, por razones fáciles de imaginar. Dividía su tiempo entre la casa vieja, la casa grande y la chacra, en las afueras de Melo. Había recorrido los cerros cercanos, a la búsqueda de muestras geológicas y piezas arqueológicas indígenas, que luego amontonaba en la sala de la casa grande.

Muchas derrotas electorales acumuló en su prolongado ocaso político, a partir de 1962; pero nunca desmayó su beligerancia, ni siquiera durante la era de los militares, a quienes hostigó apenas amparado en la impunidad de su prestigio legendario. No los respetaba, pero logró que lo respetaran.

Sus raíces estaban en Melo y se extendían por el departamento de Cerro Largo, lugares a los que mantuvo tanta fidelidad como a su lema tradicional y al pobrerío que lo acompañó en triunfos y derrotas.

Hace más de veinte años los blancos de Melo quisieron celebrar públicamente el cumpleaños de su caudillo, en plena campaña electoral. En su momento de mayor autenticidad, el Nano dijo: “No quiero ser diputado, señores; quiero volver a mi departamento y seguir entrando en mis calles, en mis plazas, en mis casas, junto a mis árboles, junto a las goteras de los viejos tejados; yo pertenezco a aquí, mis sandalias no saben de otros polvos. Quiero vivir y morir en este Cerro Largo”.

Su ínsula está más sola desde el sábado pasado.

(Firmado) Ruben Cotelo”

Mucho habría que decir de este hombre y este artículo, excelente por otra parte, de quien es hoy, como ya dije, un excelente periodista, ejemplo de seriedad y solvencia, y que me dio un verdadero gusto releer y transcribir. Y del “Nano” en sí, ¿qué decir? pues en mi modesta opinión, que es uno de los personajes de estas latitudes, que bien se merecería una película. Si es que no se la han hecho ya, cosa que ignoro. Un personaje irrepetible, al que hay que comprender, en su lugar y en su tiempo. No es que yo lo considere un ejemplo, ni un líder, puesto que no pertenezco a su partido ni jamás pertenecí. Pero no es eso lo que interesa discutir ahora, sino describir con ternura al hombre, al alma que hay detrás, que a tantos ayudó, tratando en lo posible de hacer “bien a todos y mal a ninguno”, con esa mano tendida que en esta “vida moderna” --que en el decir de Mafalda tiene a veces más de moderna que de vida-- tanta falta nos hace en ciertas circunstancias...

Saludos....

Fedeguitarra (Federico Blixen)

lunes, 12 de mayo de 2008

EVOCACION DE RICARDO COMBA...

RICARDO COMBA...

Hola, un gran saludo a todos quienes lean estas líneas....

Dios mío, cuántos recuerdos, cuántos, me trae a la memoria ese nombre, Ricardo Comba...

Y como son precisamente muchos, y para un poco ordenarlos, los pondré en capítulos...

Capítulo uno...

¿Cómo y cuándo llegué a saber de su existencia? Pues en 1974, en el crudísimo invierno de ese año, en donde a los fríos meteorológicos se añadían otros peores, los del alma, o los de las almas...

Yo ya era un asiduo escucha del programa "Canto Popular" de CX 30, que conducía nada menos que Elías Turubich, y en un momento él dijo algo así como "vamos a presentarles un material nuevo", indicando a continuación -o insinuándolo al menos-, que había sido el intérprete mismo el que lo había hecho llegar hasta la radio... y pocos segundos después sonaba una guitarra prolija, hermosamente tocada, acompañada por un cello exquisito -que, después supe, era tocado por Víctor Addiego- con la "Canción para el que tenga una ventana" (que --después sabría--, era del gran cantautor argentino Carlos Di Fulvio) por texto...

EL QUE TIENE UNA VENTANA
TIENE EL DEBER DE PARTIR
Y AYUDAR AL SEMEJANTE
QUE NUNCA PUDO SALIR
DE SU MUNDO PEQUEÑITO
Y QUE NO PUDO ENTENDER
POR SER TAN GRANDE EL PROBLEMA
PENAS MAS DEUDAS, CAFE...

EL QUE TIENE UNA VENTANA
QUE NO LA CIERRE SIN VER
QUE SU MUNDO ES EL DE TODOS
QUE SU PENA ES LA DE AYER...
QUE MAÑANA NUEVAMENTE
OTROS TENDRAN QUE SUFRIR
LOS ERRORES DEL QUE SOLO
HA MIRADO PARA EL...

MIENTRAS YO PIENSO UNA COSA
OTROS OBRAN AL REVES...
ME QUEDA SOLO EL CONSUELO
DE HABER ABIERTO UNA VEZ
MI VENTANA PARA SIEMPRE
DONDE ESPERO VER LLEGAR
--AUNQUE TRAIGA UN ALA HERIDA--
LA PALOMA DE LA PAZ...

EL QUE TIENE UNA VENTANA
POSIBLEMENTE SE VA
DIA A DIA POR LOS TECHOS
COMO UN DUENDE DE ALQUITRAN
OLVIDA UN RATO A SU MUNDO
Y SU MUNDO QUEDA ATRAS...
SIEMPRE MUDO, COMO EL MUNDO
QUE HA SALIDO A CAMINAR...

AL QUE TENGA UNA VENTANA,
¡QUE LA ABRA DE PAR EN PAR...!

Esta fue la primera canción que escuché interpretada en canto y guitarra por mi biografiado de hoy. Tan impresionante fue el efecto que ella produjo en mi alma, que a los pocos días ya me había comprado el disco simple, editado por el sello "Orfeo" de Palacio de la Música, que creo que aún conservo en mi poder, aún en medio de mudanzas, casamientos, divorcios, viajes, etcétera, etcétera...

Y cuando a los pocos meses después de esto, tomé la guitarra por primera vez, en febrero de 1975, y aún con todas las carencias y falencias interpretativas de aquellos mis primeros años, ésa canción para el que tenga una ventana fue una de mis elegidas para comenzar a transitar el hermoso pero también difícil camino del más comunicativo de los instrumentos...

Lo que siempre me provocó una mezcla de asombro y confusión, fue precisamente el último verso de la primera estrofa, "penas más deudas, café"... ¿qué podría querer decir...? Recuerdo que le pregunté a mi padre, y nada.... a mi madre, y nada...

¿Qué podría haber querido decir Carlos Di Fulvio con eso?, me sigo preguntando hoy. Y con más camino recorrido que en aquel entonces, considero que las penas y las deudas, o los “tan grandes problemas”, que la vida no te puede resolver, o tú no puedes resolver, generan escapismo, o intentos de eso, de ahí el significado de "café". Pero aún así, y admitiendo que ése sea efectivamente el sentido, ¡qué manera más endiabladamente esquinada de expresarlo...!

Capítulo dos. El Recital de “La Yapa”...

Allá por octubre de 1974 presencié la primera y hasta ahora única actuación de Ricardo Comba. Fue en "La Yapa" del Cine Montevideo, allá por la calle Yi, después que da la vueltita (cuando se viene desde el Centro). Era un sábado de noche, pues "Yapas" sólo había en ese día de la semana. ¿En qué consistía esa "Yapa"? Pues, que luego de la última función de cine de ese día, que terminaba como por las diez u once de la noche, un artista de Canto Popular hacía su aparición en el escenario dando un pequeño recital de, supongamos, una media hora de duración. Ese día tocaba el turno precisamente a Ricardo Comba. "Hoy hay `Yapa´ linda" me dijo la señora boletera del cine. Me dieron el programa, creo que la última película antes de la actuación de Comba se llamaba "Elvira Madigan", y recuerdo que le presté muy, pero muy, poca atención. Yo sólo estaba para lo que vendría después. Y apareció, por fin, Ricardo Comba, en aquel entonces un hombre de unos treinta años de edad, es decir, unos diez años mayor que yo, acompañado por un señor muy canoso y casi pelado, de cara más arrugada que una ciruela pasa, que evidentemente iba a hacer la presentación. Y allí, ante todos los que presenciábamos, el hombre canoso dijo "Vamos a presentarles a un nuevo artista, Ricardo Comba, antiguo integrante del grupo `Los Nocheros´, aunque tal vez debamos felicitarlo precisamente por no pertenecer más al grupo `Los Nocheros´".

Palabra de honor, estimado lector, que yo quedé estupefacto, boquiabierto, como Peter Shilton en aquel partido Uruguay 2 Inglaterra 1 en 1990, en el estadio de Wembley, al mirar con ojos desencajados la pelota adentro de su arco tras el cabezazo del "Chueco" Perdomo, en una fotografía que bien pudo haber recorrido unos cuantos diarios de todo el mundo...

E idéntica sensación de estupefacción debió haber cruzado por toda la sala, pues se hizo un silencio sepulcral, sin aplausos de ningún tipo, -al menos, yo no los recuerdo- antes de que Ricardo Comba comenzara la ejecución de su primera canción, que resultó ser "Para mi tristeza" de César Isella...

COMO UNA LLAMA EN LOS OJOS,
CON UN CARIÑO TRENZADO,
ME VOY SINTIENDO EN EL TIEMPO
COMO AVE QUE VA PASANDO
SIN RUMBO NI DESPEDIDA
SOLO UN RECUERDO ROBADO,
COMO UNA LLAMA EN LOS OJOS,
CON UN CARIÑO TRENZADO...

COMO UN HILITO DE LUNA
SE VA MURIENDO MI SUEÑO,
EN MI GUITARRA CALLADA
MIS MANOS SE VAN DURMIENDO...
LAS AVES QUE SON HERMANAS
ME VAN TEJIENDO UN PAÑUELO,
COMO UN HILITO DE LUNA
SE VA MURIENDO MI SUEÑO...

DE TANTO ANDAR LOS CAMINOS
ME VOY VOLVIENDO DISTANCIA
TAL VEZ NI QUIERA ENCONTRARME
TAL VEZ NI PUEDAN MIS ANSIAS...
OLVIDAR LO QUE HE PERDIDO,
PERDER LO QUE NUNCA HA SIDO,
DE TANTO ANDAR LOS CAMINOS
ME VOY VOLVIENDO DISTANCIA...

La ejecución de este tema recuerdo bien que no fue del todo feliz, mostrándose claramente que el intérprete estaba visiblemente perturbado. Cuando terminó la canción, en medio de aplausos corteses, pero no estruendosos -excepto los míos, pues, pese a todo, disfruté nota a nota- Ricardo Comba dijo a continuación algo así como "Les pido disculpas, pero estoy un poco confundido... hasta ahora nadie me había presentado como antiguo integrante de esa tropa", y recuerdo bien el tono peyorativo conque usó la palabra "tropa"....

Por supuesto que yo ya por entonces despreciaba al grupo "Los Nocheros", que por los demás sostenían activamente todos los festivales de la dictadura militar, pero tampoco comprendí nunca los sectarismos de ciertos individuos o sectores de la izquierda --sobre todo la de aquel tiempo--, esa especie de "pureza intelectual" o "moral" de la que parecían hasta vanagloriarse, y recuerdo que lamenté hondamente la falta de tacto del presentador (cuyo nombre ni me molesté en averiguar) al hacer ese comentario. ¿Qué necesidad había en realizarlo en aquel momento?

Capítulo tres. Año 1975, Joaquim Rasgado, en vivo por “Canto Popular” de CX 30 y el disco “Coplas del Viejo Sol”...

A los pocos meses de esto, en los primeros del año 1975, sucedió una especie de "Capítulo 3" de la historia de mi biografiado, cuando un día vino a uno de los tantos programas de Turubich, "Canto Popular". Turubich lo presentó, yo me llené de alegría, dijo a continuación, no sé si en broma o en serio, que había traído una caja entera de "ticholos" -sugiriendo claramente que Comba había estado en Rivera- y a continuación, el intérprete se puso a cantar una canción nueva, que luego anunció como "Joaquim Rasgado"

SU NOMBRE, JOAQUIN DOS SANTOS,
SU MOTE, JOAQUIM RASGADO,
LUCIA, POR SER SU ENCANTO,
UN PAÑUELO COLORADO...

LA CALLE URUGUAY LO VIO
PARTIR Y VOLVER AL TROTE
CON UN PESO QUE LOGRO,
SIEMPRE ARRIESGANDO EL COGOTE
CON UN PESO QUE LOGRO,
SIEMPRE ARRIESGANDO EL COGOTE,
EN UN OSCURO TAPADO,
LA MUERTE UN DIA LO VENCE,
DEJANDO EN JOAQUIM RASGADO
UNA ESTAMPA RIVERENSE...

A las pocas semanas Turubich anunció la salida del primer Long Play de Ricardo Comba, "Coplas del viejo sol", por el sello Orfeo, naturalmente, como todos los discos simples que le habían precedido, y bien que recuerdo que me lo compré de inmediato, tal vez al día siguiente del anuncio mismo...

¡Qué hermosas canciones las de ese disco y qué prolija y bonita sonaba aquella guitarra...! pensé en aquel momento luego de escucharlo un montón de veces, comparándola con lo burda que sonaba la mía, pues yo recién me estaba iniciando en las hermosuras de ese instrumento, y sin profesor, sin saber leer música, y con sólo unas nociones bastante rudimentarias de mi hermana, me costaba tremendo esfuerzo progresar, cosa que recién lograría allá por 1979, año en que -ahí sí- me animé a salir del ambiente familiar y a tocar el instrumento en los campamentos de la Asociación Cristiana de Jóvenes, por entonces a cargo de dos lindas personas, Hugo "Piruja" Brocos - el mismo "Piruja" de la canción "Tu sangre madera" - y Graciela Poggi...

Capítulo cuatro. Encuentro con Saúl Comba...

Y allí, en uno de esos campamentos, ya en el año 1980, fue que Ricardo Comba tuvo una especie de "Capítulo 4" en mi alma. Una noche, durante una de esas cenas inmortales en el comedor del campamento, en que después de comer solíamos hacer "caravanas" por entre las mesas, al ritmo de canciones como las de Raffaela Carrá, "Para hacer bien el amor hay que venir al sur", Rita Lee "Lanza Perfume" o ABBA, “Chiquitita”, y otras por el estilo, sucedió que yo le hablé a Graciela Poggi de Ricardo Comba. Recuerdo que casi tuve que gritarle para que me escuchara, ya que el estruendo era verdaderamente ensordecedor. Y ella me dijo, "¿vos sabés que el padre de Ricardo viene acá al campamento?"

"¿Cómo?", le dije, sin poder creer casi lo que oía. "Sí", me dijo, "viene". "Pero, ¿y cómo se llama?" pregunté de inmediato. (Esto se imponía, porque yo no sabía si Ricardo Comba era un nombre artístico o su nombre real) "Saúl, Saúl Comba, mirá lo ves allí, con los mayores", y me señaló, entre los adultos que también compartían el comedor con nosotros (pero en mesas aparte, desde luego) a un señor creo que casi completamente calvo. Fui allí de inmediato, me presenté y le dije que quería saber qué había sido de la vida de su hijo. "Está en Holanda" me dijo. "Ah", le respondí, lamentando que no pudiese cantar más entre nosotros. "Pero, ¿y está bien?", le pregunté. "Claro que está bien, allá tiene dos automóviles, y cuando estaba acá no tenía ni para comprarse una bicicleta". ¡Válgame Dios, qué indignación sentí cuando escuché ese comentario! (No muchos años más tarde, en 1983, leería en Ortega y Gasset: "en cuanto a las dictaduras, bien sabemos cuánto halagan al hombre-masa, pateando cuanto parecía eminencia"...)

Capítulo cinco. Con Erika Busch en Piriápolis...

Allá por fines del 2005, una eternidad después de los cuatro primeros capítulos que llevo relatados, y casi “pisándole los talones” al tiempo presente, una serie de circunstancias hicieron que viajara a Piriápolis. Lugar que siempre me ha resultado hermoso y disfrutable. No sería la excepción esa vez. Luego de bajarme en la Terminal, me dirigí hacia la Rambla, y en el camino, escucho unos acordes interesantes, con unas canciones que llamaban la atención, verdaderamente. Acelero el paso y veo un escenario bastante improvisado en una explanada, que después resultó ser la del Liceo del lugar, en donde una muchacha de unos treinta años, de figura muy bonita, cantaba acompañada por un conjunto. “¿Quién está cantando?”, le pregunté a alguien. “Erika Busch” me contestaron. Jamás había oído hablar de esa persona. Cantaba realmente bien. Sin embargo, no siempre las canciones que no eran de su autoría estuvieron bien elegidas, pues recuerdo que su versión de -por ejemplo- la “Milonga madre” de Zitarrosa no me gustó nada de nada.

Una vez que terminó la actuación, me presenté ante ella y la comunicación se hizo muy fluida, al punto tal de que me llevó hasta su casa, junto con los integrantes de su conjunto, pues coincidía que ese día era el de su cumpleaños.

Le dije que yo había hecho algunas canciones (para ese entonces, el disco “Fedeguitarra” todavía no se había editado) y gustosamente me cedió una de las guitarras para que yo tocara lo que me viniese en gana de mi repertorio. Y cuando toqué la “Canción a la esperanza”, tema cuya autoría comparto con Maricela, Erika Busch de golpe me dice, “Ah, pero vos tenés bastante parecido con Ricardo Comba, ¿eh...?” Quedé entre sorprendido y halagado por el comentario, pero la pregunta se imponía “¿Y dónde está él ahora? ¿Sigue cantando?” “Claro que sigue cantando, está en Montevideo” “Y vos tenés su teléfono?” “Te lo puedo conseguir, si es necesario hablo con él, no hay problema, en cuanto lo tenga te lo doy”. Pues todavía sigo esperando....

Epílogo...

No faltará quien diga que tengo buena memoria. Yo digo que la memoria está ligada profundamente a la afectividad, que uno se acuerda de lo que quiere acordarse. "Olvidar lo malo, también es tener memoria", dice Martín Fierro...

Por eso, deseo de todo corazón que esta evocación de un ser muy querido "en un rincón del alma" -la mía, claro- sea del gusto de quien la lea...

Saludos a todos...

“Fedeguitarra” ( Federico Blixen )

fedeguitarra@hotmail.com