sábado, 31 de mayo de 2008

EL "NANO" PEREZ, UN CAUDILLO IRREPETIBLE...

“NANO” PEREZ, UN CAUDILLO IRREPETIBLE

Otro de los recortes viejos de periódicos, que he “desempolvado” últimamente, corresponde al tiempo atrás desaparecido semanario “Jaque”. Semanario que en un tiempo marcó una verdadera época de nuestro periodismo en la transición de la dictadura militar hacia la democracia y en los primeros años de la misma. Todo tiene su desgaste en el tiempo, y tanto “Jaque” como su fundador, Manuel Flores Silva, no pudieron escapar a esa ley inexorable, pero no puedo menos que apreciar la enorme contribución que en su momento ambos brindaron a nuestro periodismo, con productos de verdadera calidad, que aun hoy se disfrutan...

Como este artículo sobre el inolvidable “Nano” Pérez, aparecido en el ejemplar del viernes 12 de julio de 1985, pocos días después del fallecimiento del legendario, irrepetible, caudillo blanco, ocurrida el sábado 6 de ese mes.

Firma este artículo, uno de nuestros mejores periodistas: Ruben Cotelo.

“Nano Pérez: el invierno del patriarca”

Había nacido en Melo hace setenta y ocho años, distancia histórica que se ha convertido en siglos, tantas han sido las transformaciones del país. Caudillo de doce mil votos, venerado por la gente humilde de Cerro Largo, acusado por sus adversarios de demagogia, populismo y mala administración, el Nano Pérez gobernó su ínsula de 1947 a 1963 con un estilo paternalista y llano que le conquistó la simpatía de buena parte del país. Era querido hasta por quienes le combatían. Gran periodista pueblerino, se había convertido en una leyenda nacional: fue quizá el último caudillo nacionalista del Interior. Murió en la madrugada del sábado 6, por un paro cardíaco.

El volante, según dicen, pertenece a la campaña electoral de 1971. El Nano Pérez se refiere a sí mismo en tercera persona, proclama, amonesta y promete:

“Luchó por una intendencia en la que el pueblo entre como en su casa, sin porteros, sin secretarios, sin adulones, sin chinas pitadoras, sin adulones que se interpongan entre las masas y el mandatario. Gobernó con dos millones de pesos y jamás dificultó el trabajo del productor, abarató la vida y puso la intendencia al servicio del pueblo. Hizo obra sin pedir contribuciones ni molestar al vecindario...”

El Nano se curvó con el esfuerzo, el máximo, el definitivo, la última vez que se presentó como candidato. Obtuvo 12.000 votos y perdió por 43 en un electorado que llegaba a 40.000. Un cuarto de siglo atrás, en 1946, había obtenido 16.000 en un electorado que oscilaba entre 26 y 30.000 votantes.

En definitiva, las circunstancias, bien sopesadas, fueron piadosas con él. El golpe de Estado de 1973 y el gobierno militar vendrían a ocultar su decadencia política, que se arrastraba por más de diez años. Se había convertido en una leyenda viviente, en un monumento local, en el sobreviviente de un estilo político que no tendría retorno. Las ruedas de la historia muelen despacio, pero implacablemente.

HERRERA ME TIRA DEL SACO.

Años atrás, en su momento de mayor prestigio, pudo encocorarse, respondón, con el mismísimo Luis Alberto de Herrera y frente al público. Fue en la campaña electoral de 1958. Herrera había hecho un pacto con el ruralismo y juntado todo el lema para la embestida final contra el coloradismo. Luego del pacto, llamó a Haedo, a quien antes había echado, y aludiendo a Nardone le dijo: “Haedito, cuidámelo a ese”.

Haedo y el Nano eran muy amigos, pero el Nano mantenía fuertes desavenencias con Ramoncito Viñas, el carnicero. En la gira del caudillo nacionalista, se hizo un gran acto en Melo, primero habló Haedo y luego le tocó al Nano. Sin pelos en la lengua, sintiéndose fuerte en sus 51 años, el Nano insistió en sus divergencias y criticó a algunos de los miembros de la comitiva montevideana. Herrera, alarmado, le tiró discretamente del saco, sin éxito, porque el Nano seguía impetuoso. Al segundo o tercer tirón, el público, entre asombrado y divertido, escuchó que el crédito local denunciaba: “Herrera me está tirando del saco para que no critique la política del Directorio; pero no podrá hacernos callar la boca”. El Nano ganó el forcejeo y también, por cuarta vez, las elecciones departamentales. Probó que él “podía” con Herrera.

Tres meses después, a fines de febrero, corrió el rumor de que ciertos mandos militares, ante las desavenencias dentro del Partido Nacional que no lograba formar gabinete porque Herrera había comenzado la lucha contra Nardone, se habían ofrecido a Luis Batlle para lo que éste se dignara responder. Don Luis rechazó la sugerencia, pero el rumor rebotó deformado en Cerro Largo. Varios nacionalistas se concentraron en la chacra del Nano, en las afueras de Melo, juntaron unos remington viejos y marcharon en auto sobre la ciudad. ¿Otro enero de 1935? Nada de eso: apenas un alegre bochinche político a cargo del Nano, que regocijó al pueblo.

HASTA LOS PERROS SON BLANCOS.

El Nano era hijo de Saviniano Pérez, destacada figura política del nacionalismo de Cerro Largo. Concejal en 1922 y diputado durante tres períodos consecutivos, don Saviniano le puso a su hijo su nombre, fundó “El Censor” y modeló la personalidad del Nano. Una de sus herramientas fue el periodismo, con el que se hizo temible por su pluma combativa y sus ataques personalizados.

Dos veces se presentó el Nano como candidato a la intendencia, la primera en 1938 y la segunda en 1942. Pese a que el nacionalismo era mayoría en ese departamento donde “hasta los perros son blancos”, el lema se presentaba dividido por la escisión de los nacionalistas independientes. En 1946 el Nano se presentó bajo un lema accidental, el “Partido General Aparicio Saravia por la Reconquista de la Intendencia Municipal”. El sublema era sencillamente “Nano Pérez”. La secuencia de triunfos se extenderá durante cuatro elecciones (1946, 1950, 1954 y 1958) hasta que la racha se corta en 1962.

PATERNALISMO Y POPULISMO.

El Nano era un administrador muy peculiar, por no decir alarmante y heterodoxo. Gobernaba en la plaza y caminando por la calle, igual que cualquier vecino. No llevaba una contabilidad muy ordenada y en el pueblo -también en el resto del país- se había hecho famosa una libretita de la cual arrancaba hojas para asentar las órdenes que emanaban de las solicitudes planteadas por quienes lo abordaban en la calle, sin protocolo.

Se convirtió en un dolor de cabeza para el Tribunal de Cuentas. Según dicen, de Montevideo enviaron a un inspector para controlar las cuentas municipales. El Nano lo fue a buscar a la estación de ferrocarril, en la mañana, lo llevó a su casa, donde en la cocina le sirvió un almuerzo bien copioso y mejor regado. A la tarde, bajo el fresco del emparrado del último patio, buena prosa con los amigos. Horas más tarde, el inspector se encontró en el tren nocturno, de regreso a Montevideo, sin haber inspeccionado nada. La picardía del Nano fue festejada por el pueblo.

Siempre se negó a crear impuestos y exoneró del pago a los más humildes y necesitados. En su ínsula de Barataria, el Nano consideraba que “El mejor gobierno es el que gobierna menos” y “En un país ideal, nadie debería pagar impuestos”. La gente sencilla comprende y apoya este anarquismo práctico y tan poco doctrinario.

Coherente con esa línea de pensamiento populista, nunca logró comprender por qué ciertos productos de consumo popular eran más o menos baratos apenas se atravesaba la línea fronteriza con Brasil. De modo que se le ocurrió oficializar el contrabando (“Es delito el contrabando // dice el señor Presidente, // si lo oyen en Cerro Largo // se ofende hasta el intendente”, ¿recuerda, amigo lector, la inmortal “Rastrojera” de Marcos Velázquez?, FB) y enviar los camiones de la intendencia a comprar alimentos a las ciudades brasileñas, para ponerlos en venta en el mercado municipal.

Tanto paternalismo aldeano resultó sospechoso para las autoridades de Montevideo y sobre todo para sus adversarios políticos, que contemplaban esa herejía como un instrumento para ampliar su electorado. Retornaron los inspectores de Aduana y del Tribunal de Cuentas, ahora bajo apercibimiento de no caer en las tentaciones de las comilonas que preparaba doña Rosita Henón de Pérez en la enorme cocina de la casa grande, ayudada por sus cinco hijas y las muchachas de servicio. La presión se hizo tan fuerte que no hubo más remedio que cortar esta herética modalidad de subsidiar el consumo popular. Durante muchos años, el pobrerío de Melo recordó que su mesa era más barata con las pragmáticas del Nano.

El caudillo encontró otros medios de beneficiar a sus vecinos. Propietarista e individualista, logró que la intendencia entregara a la gente de menos recursos los elementos para construir o finalizar sus modestas viviendas de las afueras de la ciudad. El resto del país miraba hacia Cerro Largo, en un desconcierto que abarcaba tanto la ironía y la burla por esa forma bonachona de demagogia, como la ingenua esperanza de una justicia social práctica e inmediata, sin complejidades doctrinarias. Mientras tanto, la administración departamental languidecía por falta de recursos y los pobres emigraban hacia otros peores cinturones de miseria, los de Montevideo. En Cerro Largo, se pavimentaba algún camino y una aislada obra municipal avanzaba perezosamente.

CORONELES ERAN LOS DE ANTES.

Las combinaciones políticas dentro del nacionalismo obedecían a otras doctrinas, particularmente la doctoral que predicaba en los años 60, el eficientismo desarrollista. El Nano comenzaba a ser anacrónico, sobre todo porque no ganaba elecciones. Un filme uruguayo de ese entonces, hacia 1966, cuestionó crítica y ácidamente sus modalidades primitivas de congregar votos y voluntades (probablemente Ruben Cotelo se refiera al filme “Elecciones”, de Ugo Ulive y Mario Handler, filme que vi años atrás en Cinemateca y que verdaderamente es muy bueno, si bien no es fácil decir -como algunos sostienen- que sea el mejor filme uruguayo, en primer lugar debido a que su temática lo convierte más en una recreación que en una creación. FB). El Nano, tan aficionado al cine (no se perdía ninguna de las prolongadas matinés de los domingos en el Teatro España y en el cine Melo), quizá no vio esa película, que no lo prestigió en ciertos círculos intelectuales. El país estaba tomando otro rumbo, más áspero y belicoso que las disputas aldeanas que el Nano ventilaba en sus editoriales de “El Censor”.

El golpe de Estado de junio de 1973, que marginó y acalló a tantos, también desplazó al Nano hacia las sombras. Sin embargo, un día el país se regocijó con la última travesura del caudillo melense. Por 1975 o 1976, entrevistado por Canal 12 de Melo, quizá con propósitos evocativos, el Nano se las ingenió para emitir sus mensajes de resistencia, con un juego de palabras a propósito de Dionisio Coronel, los coroneles de antes y los de ese entonces. Se secuestró el tape, se enviaron los antecedentes al Ministerio del Interior y se enterró el asunto. El viejo zorro no perdía las mañas.

Dos años después, en agosto de 1978, escribía a Alembert Vaz sobre la necesidad de encauzar la “reacción pacífica de la ciudadanía”, así fuera en torno a una celebración menor. El 10 de setiembre se inauguraría en Cordobés el Museo Aparicio Saravia y el Nano propuso: “Si vamos allí diez, cien o mil blancos y nos agrupamos, silenciosos y prescindentes, daremos al país la imagen del repudio a los intrusos, a los ajenos, (con su gran inteligencia natural, a falta de “teoría”, sin duda que el Nano había captado que la dictadura militar uruguaya obedecía mucho más a las convicciones y necesidades del Tío Sam, que a las convicciones y necesidades nuestras, FB) a los que van allí no a homenajear sino a robar glorias, recuerdos y sacrificios”.

El deshielo comenzó dos años después, con el plebiscito. Pero el Nano estaba gravemente herido por enfermedad.

MELO SIN EL NANO.

Hace cinco años padeció un ataque que le produjo una afasia y lo postró. El gran periodista pueblerino no pudo escribir más y tampoco hablaba. Se sobrevivía a sí mismo.

El último domingo de noviembre de 1984 la casa grande permaneció como siempre, abierta para quien quisiera entrar. Otros domingos de elecciones aquello habría sido una alegre romería, con ruedas de mate, tiras de asado en la generosa parrilla, besos prolongados a la caña brasileña, corrillos en los grandes patios bajo las parras, gente entrando y saliendo para vitorear a los candidatos, curiosos y excitados por el rito electoral, por el milagro efímero que iguale a todos, humildes y poderosos, alrededor de urna y voto.

A Alembert Vaz le tocaba votar en su pueblo, su circunscripción, de modo que se acercó a la casa grande de la calle Treinta y Tres. La encontró abierta, igual que siempre; pero solitaria y silenciosa como nunca. Algunos familiares y amigos veteranos se habían aproximado, para saludar al viejo caudillo de tantas hazañas cívicas, convertido ya en un patriarca.

El Nano, apoyándose en sus hijas, fue a votar. En la casa vieja, frente a la plaza, frente a la confitería y a toda la soledad del mundo, ya no estaba el tradicional pizarrón, escrito a tiza por su mano, diario mural, jocoso, mordaz, ameno, beligerante, que concentraba la atención y los comentarios tanto de la elite política como del divino chusmaje.

Padre e hijas retornaron a la casa grande, sin encerrarse, para contemplar en familia, por la televisión como el resto del país, los resultados que daban el triunfo al tradicional adversario y señalaban la excesiva derrota de los colores partidarios. En la casa grande había ya una prolongada experiencia de derrotas, pero no de soledad.

Al día siguiente de un desastre electoral, el Nano iniciaba la campaña política, sin perder un minuto en reproches, análisis y autocríticas. Para la campaña le bastaba su imprenta, su pizarrón, sus volantes y sobre todo su ingenio, su buen humor, su cálida personalidad y su infalible comprensión de las necesidades y aspiraciones de la gente sencilla y humilde de su ínsula de Barataria.

Sin embargo, mucho había cambiado. No hubo, en 1984, otro último lunes de noviembre y los meses se arrastraron. El Nano murió en la madrugada del sábado pasado, 6 de julio. Fue velado en familia, con los amigos, en la casa grande. Más tarde lo llevaron a la intendencia, desde la que gobernó durante dieciséis años. En el entierro hablaron blancos y colorados, e incluso había militantes del Frente Amplio.

Estaba, por cierto, su gente, el “divino chusmaje”, que tiene tanto de bueno como de pobre, según escribiera hace pocos años a un corresponsal político en Montevideo, al solicitar campechanamente una gauchada.

Le sobrevive su viuda, doña Rosita, tres años mayor que él, a la que desposó cuando él tenía apenas diecisiete años. Deja cinco hijas, todas casadas, trece nietos y diez bisnietos.

Nunca abandonó Cerro Largo, si se descuentan alguna escapada de días a Montevideo, por asuntos urgentes, o a Brasil, por razones fáciles de imaginar. Dividía su tiempo entre la casa vieja, la casa grande y la chacra, en las afueras de Melo. Había recorrido los cerros cercanos, a la búsqueda de muestras geológicas y piezas arqueológicas indígenas, que luego amontonaba en la sala de la casa grande.

Muchas derrotas electorales acumuló en su prolongado ocaso político, a partir de 1962; pero nunca desmayó su beligerancia, ni siquiera durante la era de los militares, a quienes hostigó apenas amparado en la impunidad de su prestigio legendario. No los respetaba, pero logró que lo respetaran.

Sus raíces estaban en Melo y se extendían por el departamento de Cerro Largo, lugares a los que mantuvo tanta fidelidad como a su lema tradicional y al pobrerío que lo acompañó en triunfos y derrotas.

Hace más de veinte años los blancos de Melo quisieron celebrar públicamente el cumpleaños de su caudillo, en plena campaña electoral. En su momento de mayor autenticidad, el Nano dijo: “No quiero ser diputado, señores; quiero volver a mi departamento y seguir entrando en mis calles, en mis plazas, en mis casas, junto a mis árboles, junto a las goteras de los viejos tejados; yo pertenezco a aquí, mis sandalias no saben de otros polvos. Quiero vivir y morir en este Cerro Largo”.

Su ínsula está más sola desde el sábado pasado.

(Firmado) Ruben Cotelo”

Mucho habría que decir de este hombre y este artículo, excelente por otra parte, de quien es hoy, como ya dije, un excelente periodista, ejemplo de seriedad y solvencia, y que me dio un verdadero gusto releer y transcribir. Y del “Nano” en sí, ¿qué decir? pues en mi modesta opinión, que es uno de los personajes de estas latitudes, que bien se merecería una película. Si es que no se la han hecho ya, cosa que ignoro. Un personaje irrepetible, al que hay que comprender, en su lugar y en su tiempo. No es que yo lo considere un ejemplo, ni un líder, puesto que no pertenezco a su partido ni jamás pertenecí. Pero no es eso lo que interesa discutir ahora, sino describir con ternura al hombre, al alma que hay detrás, que a tantos ayudó, tratando en lo posible de hacer “bien a todos y mal a ninguno”, con esa mano tendida que en esta “vida moderna” --que en el decir de Mafalda tiene a veces más de moderna que de vida-- tanta falta nos hace en ciertas circunstancias...

Saludos....

Fedeguitarra (Federico Blixen)

1 comentario:

Fernando Garcia dijo...

Muy buen artículo Fede, te mando un abrazo grande amigo. Aulo