sábado, 31 de mayo de 2008

RECORDANDO A ATAHUALPA YUPANQUI A 16 AÑOS DE SU MUERTE

Revisando materiales antiguos, encontré un recorte periodístico de “El Observador” de seis años atrás, (sábado 18 de mayo del 2002, más precisamente) dos meses antes del Mundial de Fútbol de Corea y Japón, el último Mundial del cual participó Uruguay, el cual contiene una semblanza magnífica de uno de mis mejores profesores en estos asuntos de la canción: Atahualpa Yupanqui, a diez años (a la fecha del artículo, claro está) de haber fallecido en Francia...
Por eso, debo titular “Recordando a Atahualpa Yupanqui a 16 años de su muerte”

“Milonga de un solitario”

“Hace 10 años moría Atahualpa Yupanqui, uno de los mayores folcloristas latinoamericanos del siglo XX. El mejor nivel que puede alcanzar un poeta es a través de la copla, decía”

Firma el artículo, Alicia Oschendorf. Lo transcribo tal cual, excepto algunos artículos menores que van aparte del principal, dado que no se pueden insertar fácilmente en el texto. Del mismo modo, lo que va en cursiva en el original periodístico, lo sustituí por comillas.

“A las cinco y media de la mañana del 23 de mayo de 1992, en su habitación de un hotel de la ciudad de Nimes, Francia, se iba para el silencio Atahualpa Yupanqui. (“Entró de golpe al silencio // y el silencio lo tapó”, decía precisamente nuestro homenajeado en una de sus mejores coplas recitadas, “Cantor del Sur”, FB) Estaba solo. La noche anterior se había sentido mal y suspendió una actuación junto a Los del Pueblo y el cantante de tangos Rúben Juárez en un pequeño cine con capacidad para 150 personas. Tenía 84 años . No había tenido una buena voz para cantar:

“Una voz bella, quién la tuviera
para cantarte toda la vida
Pero mi estrella me dio este acento,
y así te siento, tierra querida”

Para tocar la guitarra, tenía que dar vuelta las cuerdas porque era zurdo. No había nacido con el nombre por el que se le conocía, ni había visto la luz en el paraje recóndito del Norte de Córdoba al que más le cantó, Cerro Colorado, al que le escribió unas 20 ó 25 canciones y coplas sueltas. Supo cantar lo que la vida le dictó, ser el eco, el traductor. Esa identidad, que no se compadecía con la de sus documentos, se la había ganado a pulmón, poetizando la música y musicalizando la poesía. A través de las coplas. El mejor nivel que puede alcanzar un poeta es a través de la copla, decía. “Escribir coplas, no firmarlas, dejarlas por ahí, en el banco de una plaza, en la mesa de algún bar, en un árbol del camino. No ha de faltar quien la recoja, la llore, la sienta, la sufra, la goce, la trasmita, y la cante...”. Había nacido el 31 de enero de 1908 en Campo de la Cruz, partido de Pergamino, Norte de la Provincia de Buenos Aires, y su nombre era Héctor Roberto Chavero Haram. Explicaba su origen diciendo: “Me galopan 300 años de América desde que don Diego Abad Chavero llegó para abatir quebrachos y algarrobos, a hacer puertas y columnas para iglesias y capillas”.
A los seis años tuvo un primer maestro de música, Bautista Almirón. Pero fueron el paisaje, el campo, los balidos y relinchos que cortaban los silencios, los miles de kilómetros y cientos de pueblos a lomo de mula, los que le enseñaron. Lo dormían con guitarras sus padres, sus tíos, y lo rodeaban las guitarras de los peones en los galpones, donde un estibador de la estación, Mengucho Sosa, le enseñó el “puchero y tumba, tumba y puchero”, onomatopeya de las notas iniciales de la milonga pampeana. A los 13 años se impuso el apodo “Atahualpa”, en homenaje al emperador inca. El Yupanqui, que viene del quechua, una lengua que se hablaba en su familia, lo adoptó pasados los 30. Tuvo una honda razón para elegir ese apellido y no otro. Su significado: “Has de narrar, narrarás.”
SIEMPRE VUELVO A TUCUMAN. A Tucumán llegó en agosto de 1917, y fue el primer destino de un viaje que recién terminaría el 8 de junio de 1992, cuando sus cenizas llegaron desde París y fueron depositadas en el patio de la casa que construyó en Cerro Colorado. Ahí descansa a la sombra de un roble que plantó cuando nació su hijo Roberto.
La temprana muerte del padre lo enfrentó a la vida. Trabajó en una cantera de piedras de afilar (“Trabajé en una cantera // de piedritas de afilar // cuarenta sabían pagar // por cada piedra pulida // y era a dos pesos vendida // en eso del negociar” dice el propio Yupanqui en una de sus Coplas al Payador Perseguido, FB), fue panadero, hachero en un quebrachal, cargó bloques de sal y peló caña. Y todo lo cuenta en los 726 versos de “El Payador Perseguido”. También fue empleado de escribanía, (“Tratando de desasnarme // fui pinche de escribanía // la letra chiquita hacía // pa’ no malgastar sellao // y era también apretao // el sueldo que recibía” relata Yupanqui en esas mismas Coplas, FB) periodista en Rosario, improvisado maestro de escuela, y anduvo en un viejo camión, con un tal Molina, exhibiendo películas mudas. “El telón era una sábana cruzada en los caminos, de algarrobo a algarrobo. Sabíamos cobrar 50 centavos del lao que se puede leer y 20 centavos del otro lao. Teníamos un público de botas y espuelas, de alpargatas, y casi todos en sulky o de a caballo. Luego se realizaba el `concierto´, y se ofrecía cinco pesos de premio a la mejor mudanza de malambo”.
Se afincó en Raco, a 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Felipe Chocobar, un indio de Amaicha del Valle que lo acompañaba a lomo de mula en sus recorridos por los valles Calchaquíes, lo ayudó a levantar los horcones de su primer rancho, del que todavía quedan rastros. Recorrió todos los caminos recopilando y difundiendo las leyendas, los mitos, las costumbres, las danzas y coplas anónimas. Fue poniendo su ojo atento en la geografía de la que siempre dijo ser apenas un eco. El hombre es el paisaje fundamental, decía. (Uno de sus discos más hermosos, grabado allá por 1971, y que aún conservo, se titula, precisamente, “El hombre, el paisaje y su canción”, FB) A Tucumán le dedicó muchas coplas y canciones. La “luna tucumana” en la que supo ver un tamborcito calchaquí, la “Zamba del grillo”, “La tucumanita”, entre tantas otras. Y el final de sus “Coplas de baguala”:
“Malhaya con mi destino
caminar y caminar
siempre ando por todas partes,
¡siempre vuelvo a Tucumán!”
AQUI CANTA UN CAMINANTE. A Cerro Colorado, 160 kilómetros al norte de Córdoba, llegó por primera vez en 1938, interesado en las pictografías que por miles dejaron los indios sanavirones y comechingones. Llamas, cóndores y españoles gordos con cabezas triangulares representando el yelmo, junto a nativos delgados y las mulas y caballos traídos por los conquistadores, quedaron ahí pintados en la piedra. Fue Leopoldo Lugones quien le señaló el sitio, para goce de su alma y retozar de su caballo, escribió en “El canto del viento”. Todavía se oyen los mismos apellidos por la zona, y si uno entra al almacén de Argañaráz, seguro que Hugo le muestra viejas fotos de don Ata, o telegramas puestos en Praga pidiéndole que le tirara unos pesos a Ibáñez, el casero, para que se pertrechara para el invierno.
El rancho se llama “Agua Escondida”, y sólo se llega a pie o a caballo. Está a orillas del río Los Tártagos, que corre entre piedras y al pie del cerro que da nombre al lugar. Un dormitorio apenas, una cocina austera, los puñales del abuelo, las espuelas y los estribos del padre, el piano de su mujer. Un lugar para sus silencios y sus amores. Atrás, los establos para los caballos, casi mejores que la casa. Dignos de la crin revuelta en llamaradas, del hombre que sabía que de poco vale un paisano sin caballo y en Montiel, el que quería un caballo negro y unas espuelas de plata. Con esas imágenes empieza el documental biográfico alemán “Un río que no cesa de cantar”, filmado en 1984.
El 8 de setiembre de 1948 nació el único hijo de Yupanqui y Nenette, Roberto Héctor, “El Kolla”. Yupanqui vivía prácticamente exilado en Cerro Colorado a causa de su filiación comunista y su oposición al gobierno de Juan Domingo Perón. Fue cuando pasó clandestinamente a Uruguay, una tierra que no le era ajena. Su libro “Aires Indios”, publicado en Montevideo en 1943, ya recogía una serie de exposiciones que había ofrecido en escuelas y liceos de Entre Ríos y Uruguay. Su amigo Romildo Risso, del que llevó por el mundo esas carretas de ejes desengrasados, “El carrero”, “Pa´qué”, o el aromo nacido en la grieta de una piedra había muerto en 1946, pero otros le dieron refugio y reconocimiento.
Tocó en Montevideo y en el interior, y sus correligionarios comunistas le facilitaron la salida a Europa. París, Praga, Budapest, Sofía, Bucarest, y vuelta a París en junio de 1950. En esta gira se aunaron los reconocimientos a su arte y el acercamiento a países que ideológicamente le eran afines, pero el resultado económico fue simbólico. La moneda en que le pagaban detrás de la cortina no tenía valor de cambio en París, ni servía para arrimarle unos pesos a Indolfo Guayanes, el albañil que estaba construyendo “Agua Escondida”.
UN HORIZONTE ABIERTO. En París conoció a Pablo Picasso y a Paul Eluard, quien lo presentó a Edith Piaf. El 6 de junio de 1950 compartió escenario con ella en el teatro Athenée, y fue éste uno de los momentos que guardó siempre con más emoción. Tocó varios temas que fueron explicados previamente en francés: “Regreso del pastor”, “Danza de la luna”, “Pastoral”, “Vidala riojana”, “Malambo” y alguna baguala. Inmediatamente vino el contrato con Chant du Monde y su primer disco en Europa: “Minero soy”, que mereció el primer premio al mejor disco extranjero de la Academia Charles Cross en su rubro.
Eran los tiempos en que trabajaba textos como “Basta ya”, un “canto antiimperialista que (...) no tiene un gran motivo musicalmente considerado, pero es de combatividad y plena de fuerza. Su contenido es superior a su forma”.
Yupanqui fue comunista entre 1947 y 1953. Pero su compromiso era estético y humano, biológico, y ningún partido podría alterar su rumbo. Su mayor preocupación fue siempre la dignidad de lo criollo. De una y otra decisión se encuentran rastros en “El payador perseguido”:
“Por la fuerza de mi canto
conozco celda y penal
con fiereza sin igual
más de una vez fui golpeado
y al calabozo tirado
como tarro al basural”

“El cantor debe ser libre
pa’ desarrollar su cencia,
sin buscar la convenencia,
ni alistarse con padrinos
De esos oscuros caminos
yo ya tengo la esperencia...”

(Sin embargo, y permítaseme aquí una acotación, la copla más ilustrativa acerca de su vinculación y posterior desvinculación con el Partido Comunista no es ninguna de estas dos que trascribe el artículo, sino esta otra que sigue, y que también se encuentra en las “Coplas al payador perseguido”: “Pa’ que cambiaran las cosas // busqué rumbo, y me perdí // al tiempo, cuenta me di // y agarré por buen camino // ¡Antes que nada, argentino! // y a mi bandera seguí”. Clara y terminante en cuanto a su significado, ésa es al menos mi opinión. FB)

En 1953 grabó algunos de sus éxitos más significativos, como “Tierra querida”, y luego la “Chacarera de las piedras”, “Vendedor de yuyos” y “Recuerdos del Portezuelo”. También editó el libro “Cerro Bayo”, sobre el que un par de años después se basaría la película “Horizontes de piedra”. Ya consagrado, en 1964 visita Japón por primera vez, y de esa fuerte experiencia quedan sus reflexiones en el libro “Del algarrobo al cerezo”.
TÚ QUE PUEDES, VUÉLVETE. En 1989 Yupanqui y Nenette (su esposa, quien firmaba con el seudónimo “Pablo del Cerro” las obras que componían a medias, según se dice en un titulado aparte, FB) dispusieron que la casa de Cerro Colorado fuera convertida en museo, y crearon una fundación. La casa debía ser un hecho cultural en una zona alejada de todo, y un canto de amor a la tradición, a la vez que un sitio para los enamorados de la naturaleza, la botánica y los idiomas antiguos. Nenette falleció un año después, el 14 de noviembre, la misma fecha en que había fallecido muchos años antes el padre de Yupanqui, hecho que lo sumió en una profunda pena de la que jamás se recuperó.
Pasó los últimos años de su vida pensando en abandonar el pequeño apartamento alquilado de la rue Raymond Losserand en París, que era su base de operaciones europea, y radicarse definitivamente en su Cerro Colorado. No pudo. Pasó la vida midiendo los gastos, los minutos de teléfono, el consumo de la calefacción, recorriendo el mundo con un equipaje mínimo y reclamando siempre un ejemplar de La Nación o La Razón, preguntando por la suerte de River. Se sentía enfrentado a una irremediable vejez para la que no se había preparado. Encontraba respeto y cordialidad en todas partes, pero no una plaza digna para una vidala o un estilo. “Alta soledad me habita. Y en ella voy comprendiendo, que el que ni piensa ni grita, es porque se va muriendo”, escribió en una postal”.

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¿Hay algún recuerdo personal mío de este enorme artista? Efectivamente. Fue cuando vino a Montevideo en el invierno de 1982, para dar un recital en el cine “Plaza”. Recuerdo que las entradas fueron verdaderamente carísimas (150 nuevos pesos de aquel tiempo para un dólar a 13, pues todavía estábamos en la “tablita”). El recital fue correcto, honestamente no puedo decir que haya salido deslumbrado del mismo, ya que sus ejecuciones con la guitarra distaban de ser la de sus mejores tiempos, aquellos en los que grabó la mayoría de los discos que conservo, pero las canciones en sí, se disfrutaban lo mismo... pero lo que jamás se me borrará de la memoria fue algo que contó en algún momento entre canción y canción. En la década de los cuarenta, en una de las tantas estadías de exiliado de Yupanqui en Uruguay, sin duda que se hospedó en la casa de Romildo Risso. Y parece ser, a juzgar por lo que comentó Yupanqui, que entre ambos había largas tenidas de ajedrez, en partidas que ojalá alguna de ellas se hubiese conservado transcripta, aunque mucho me temo que ninguna... Pues bien, Romildo Risso con frecuencia superaba a su oponente. Y cuando hacía una jugada que a Yupanqui lo ponía en verdaderos apuros, obligándolo a pensar largo rato la respuesta, Romildo Risso aprovechaba el tiempo para armarse un habano con papel y tabaco. Y parece que el insigne poeta (montevideano por nacimiento, aunque no sé si por convicción...) de golpe se inspiraba...¡y se ponía a escribir un verso en la propia hojilla del cigarro!, aprovechando que las largas reflexiones ajedrecísticas de Yupanqui le daban suficiente tiempo para ello...
Cosa de genios, ¿verdad...?
Saludos...

Federico Blixen (“Fedeguitarra”)

1 comentario:

ali o dijo...

Hola federico. Gracias por tomar mi artículo sobre Yupanqui. Un abrazo y un gusto compartirlo.

alicia